La comodidad que nos puede proporcionar el lenguaje muchas veces actúa como distracción. Las palabras, con su inmenso poder pueden cambiar nuestra percepción del mundo en su totalidad. Ya sabemos como el lenguaje puede transmitir algo más que intenciones e ideas, puede condicionar de una manera imperceptible nuestra personalidad y la de los demás. Políticos, economistas, empresarios, escritores e incluso nosotros mismos manipulamos el lenguaje en nuestro favor de una manera más o menos consciente.
Uno de nuestros errores más consolidados respecto al lenguaje es el uso de la palabra tecnología, ya en la escuela e instituto, la asignatura con el mismo nombre tan solo hace referencia al manejo artefactual de las creaciones humanas dejando de la lado otras tecnologías que están a la misma altura en cuanto a utilidad o importancia. El concepto de tecnología abarca casi la totalidad del ser humano y bien podría llamarse razón práctica.
La razón, ese proceso mental que nos separa del resto de seres vivos que pueblan el planeta, es el toque mágico que nos ha permitido transformar nuestras relaciones y el entorno natural a nuestro favor. Si echamos una mirada al pasado más remoto, hacia el amanecer del hombre, podemos ver las primeras formas tecnológicas que tomaba forma organizativa, simbólica, artefactual y biológica.
El desarrollo de unos roles diferenciados por sexos y la vida en comunidad son los primeros pasos de la organización civil que no debe dejar de mirarse como una expresión tecnológica muy sencilla cuyo gran potencial que hemos venido desarrollando a lo largo de los siglos. El aunar esfuerzos para conseguir fines comunes ha permitido que desarrollemos aspectos humanos de gran complejidad, no me refiero solo a lo antes mencionado, sino también a la composición musical, por ejemplo, en la que una, dos o más personas ejecutan ritmos más o menos harmónicos que concilian la vida social. Ya puede ser como parte de rituales primitivos donde se alcanza el éxtasis bailando hasta la extenuación, o como las modernas formas de expresión musical en la que diversos músicos con distintos instrumentos tejen una pieza musical para deleitar al oyente.
Los símbolos creados, que sirven como representaciones de diversos niveles de realidad también deben considerarse como productos de la tecnología o de la razón. Los primeros tótems a los que las primeras comunidades adoraban y que servían como nexo entre el mundo vigil y la representación onírica del desconocimiento del mundo natural ejercen una gran influencia en las sociedades. Un dios para cada aspecto natural, una representación de cualquier hecho en una cueva, e incluso nuestra moderna simbología unen la tecnología simbólica y la organizativa en su afán de proveer al humano de las herramientas de paz social necesarias para continuar su avance en el tiempo.
Los artefactos deben considerarse como tecnología o razón plasmadas en un objeto. Es el bien tangible de nuestro proceso cognitivo que atiende, como no, a la satisfacción de las necesidades humanas. Desde los primitivos palos afilados o lanzas, que permitían cazar, como los primeros instrumentos musicales que acercaban o alejaban al ser humano de su razón y en ocasiones lo llevaban durante un breve periodo al amanecer de los tiempos, deben considerarse siempre como un subproducto de los distintos aspectos tecnológicos. Los primeros bailes alrededor del fuego, la catarsis colectiva en la que se sumían las mentes primitivas en su busca por apaciguar a los dioses de la caza no hubiera sido posible sin las herramientas de percusión necesarias para tal fin. Nuestras modernas herramientas de comunicación planetaria son, ni más ni menos, que nuestro afán por crear un único ser vivo que abarque la amplitud de nuestro territorio favoreciendo de esta manera la supervivencia de la especie, o, en el caso más oscuro, el ejercicio de control de unos sobre otros.
Y por último, aunque no menos importante, tenemos las biotecnologías, esto son usos de la naturaleza, o creaciones ingeniosas de la razón humana, que en interacción con nuestro cuerpo propician cambios cuya finalidad no debe de centrarse solo en la salud, sino en la organización o control y en el simbolismo etnobotánico de cada sociedad. Tenemos los primeros usos de plantas medicinales que trataban de curar a los heridos o enfermos, los venenos que a día de hoy permiten eliminar a sujetos considerados indeseables con un golpe de inyección, y la medicina como medicamento, que no puede apartarse de los artefactos en los que se transforma o mediante los que se interviene en el cuerpo humano. De nuevo, la naturaleza nos reserva una sorpresa para nuestra razón, las plantas visionarias, las cuales devuelven al individuo, con la debida preparación, a un estado primitivo de fascinación y respeto por el mundo en el que ejerce su razón. La combinación de plantas y raíces que da forma a la ayahuasca es un claro ejemplo de la unión perfecta de las cuatro tecnologías, es un artefacto o creación tangible que ingerido produce unos cambios en el organismo y revela sensaciones y situaciones que permiten reorganizar de nuevo al individuo y por ende, su relación con la sociedad mientras que sirve de símbolo para algunas sociedades.
Uno de nuestros errores más consolidados respecto al lenguaje es el uso de la palabra tecnología, ya en la escuela e instituto, la asignatura con el mismo nombre tan solo hace referencia al manejo artefactual de las creaciones humanas dejando de la lado otras tecnologías que están a la misma altura en cuanto a utilidad o importancia. El concepto de tecnología abarca casi la totalidad del ser humano y bien podría llamarse razón práctica.
La razón, ese proceso mental que nos separa del resto de seres vivos que pueblan el planeta, es el toque mágico que nos ha permitido transformar nuestras relaciones y el entorno natural a nuestro favor. Si echamos una mirada al pasado más remoto, hacia el amanecer del hombre, podemos ver las primeras formas tecnológicas que tomaba forma organizativa, simbólica, artefactual y biológica.
El desarrollo de unos roles diferenciados por sexos y la vida en comunidad son los primeros pasos de la organización civil que no debe dejar de mirarse como una expresión tecnológica muy sencilla cuyo gran potencial que hemos venido desarrollando a lo largo de los siglos. El aunar esfuerzos para conseguir fines comunes ha permitido que desarrollemos aspectos humanos de gran complejidad, no me refiero solo a lo antes mencionado, sino también a la composición musical, por ejemplo, en la que una, dos o más personas ejecutan ritmos más o menos harmónicos que concilian la vida social. Ya puede ser como parte de rituales primitivos donde se alcanza el éxtasis bailando hasta la extenuación, o como las modernas formas de expresión musical en la que diversos músicos con distintos instrumentos tejen una pieza musical para deleitar al oyente.
Los símbolos creados, que sirven como representaciones de diversos niveles de realidad también deben considerarse como productos de la tecnología o de la razón. Los primeros tótems a los que las primeras comunidades adoraban y que servían como nexo entre el mundo vigil y la representación onírica del desconocimiento del mundo natural ejercen una gran influencia en las sociedades. Un dios para cada aspecto natural, una representación de cualquier hecho en una cueva, e incluso nuestra moderna simbología unen la tecnología simbólica y la organizativa en su afán de proveer al humano de las herramientas de paz social necesarias para continuar su avance en el tiempo.
Los artefactos deben considerarse como tecnología o razón plasmadas en un objeto. Es el bien tangible de nuestro proceso cognitivo que atiende, como no, a la satisfacción de las necesidades humanas. Desde los primitivos palos afilados o lanzas, que permitían cazar, como los primeros instrumentos musicales que acercaban o alejaban al ser humano de su razón y en ocasiones lo llevaban durante un breve periodo al amanecer de los tiempos, deben considerarse siempre como un subproducto de los distintos aspectos tecnológicos. Los primeros bailes alrededor del fuego, la catarsis colectiva en la que se sumían las mentes primitivas en su busca por apaciguar a los dioses de la caza no hubiera sido posible sin las herramientas de percusión necesarias para tal fin. Nuestras modernas herramientas de comunicación planetaria son, ni más ni menos, que nuestro afán por crear un único ser vivo que abarque la amplitud de nuestro territorio favoreciendo de esta manera la supervivencia de la especie, o, en el caso más oscuro, el ejercicio de control de unos sobre otros.
Y por último, aunque no menos importante, tenemos las biotecnologías, esto son usos de la naturaleza, o creaciones ingeniosas de la razón humana, que en interacción con nuestro cuerpo propician cambios cuya finalidad no debe de centrarse solo en la salud, sino en la organización o control y en el simbolismo etnobotánico de cada sociedad. Tenemos los primeros usos de plantas medicinales que trataban de curar a los heridos o enfermos, los venenos que a día de hoy permiten eliminar a sujetos considerados indeseables con un golpe de inyección, y la medicina como medicamento, que no puede apartarse de los artefactos en los que se transforma o mediante los que se interviene en el cuerpo humano. De nuevo, la naturaleza nos reserva una sorpresa para nuestra razón, las plantas visionarias, las cuales devuelven al individuo, con la debida preparación, a un estado primitivo de fascinación y respeto por el mundo en el que ejerce su razón. La combinación de plantas y raíces que da forma a la ayahuasca es un claro ejemplo de la unión perfecta de las cuatro tecnologías, es un artefacto o creación tangible que ingerido produce unos cambios en el organismo y revela sensaciones y situaciones que permiten reorganizar de nuevo al individuo y por ende, su relación con la sociedad mientras que sirve de símbolo para algunas sociedades.
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